martes, 29 de julio de 2025

Si alguna vez te despertaste en la madrugada y escuchaste las campanas de la catedral en medio del silencio dando la hora, fuiste un viernes santo a comprar arepas de huevo y luego al viacrucis desde la iglesia de pescadito hasta la catedral; si te llevaron a Taganga cuando eras niño, una tierra sana de pescadores, y veías en la oscuridad de la noche un carro llegar de lejos, y por casualidad subiste al cerro Cundí a las novenas de la Virgen de la Milagrosa en noviembre o acampaste en Minca o más arriba en las antenas de Inravisión y fuiste bautizado en la iglesia de Mamatoco, es porque estuviste viviendo en Santa Marta.

Seguramente, tuviste que ver alguna vez la gran draga china reconstruyendo la playa de la bahía más bella de américa, atravesaste desde el Barrio Bastidas los cerros para llegar hasta Playa Grande, fuiste y regresaste a pie al Rodadero para deslizarte en el montículo que le dio el nombre pasando por supuesto por uno de los batallones más antiguos de Colombia (Batallón No 5 Córdoba); al pasar por el parque Los Trupillos o en la Quinta de San Pedro Alejandrino seguramente comiste tamarindo y mango viche y probablemente estudiaste en el colegio San Juan Bosco con Elisa Fernández Nieves y la profe Lola, La Escuela Santander, Liceo del Caribe del profesor Guerra que jalaba las patillas y la profe Martha, en el Hugo J Bermúdez, San Luis Beltrán, la Normal de Señoritas o en el INEM Simón Bolívar un instituto maravilloso de enseñanza media; es seguro que eres samario.

Lógicamente tuviste que comer fritos detrás del colegio La industrial, los buñuelos de frijol de cabecita negra por el Cementerio San Miguel, o las ricas carimañolas acompañadas con agua de maíz fría o arroz por la calle 18 debajo del cerrito cundí; en el centro los helados del carrito de Johnny, las empanadas, avena y conservas debajo del edificio de los bancos, te pudiste tomar una gaseosa tamarindo luz o comiste bolis y raspado que se conseguían por todas partes; ah bellos tiempos donde se compraba lulo, mora o café que bajaban de la Sierra Nevada, los jugos de zapote y níspero sobre la quinta, el pescado fresco todos los días de diversas clases que llevaban las vendedoras como la señora américa en su cabeza con una ponchera recorriendo las calles o los conocidos vendedores de butifarra con bollo limpio que en horas de la tarde sonaban el cuchillo contra la bandeja para que la gente se enterara y les comprará, si fue así, no dudaré que te corre sangre costera.

Estoy seguro de que alguna vez visitaste el Museo del Oro, el Parque de los Novios con su templete, la inolvidable Quinta Avenida del centro, el Parque Bolívar y San Francisco con su tradicional sanandresito, el famoso colegio Liceo Celedón, nombrado en varias melodías vallenatas, fuiste en lancha al Morro y caminando a Punta Betín, fuiste al cine al Teatro Santa Marta, Variedades o San Francisco y al Teatro La Morita al aire libre; tuviste que escuchar Radio Galeón y leíste el diario El Informador, pero también fuiste alguna vez al viejo estadio Eduardo Santos para apoyar al Unión Magdalena en sus clásicos contra el Junior de Barranquilla.

Debería ser fácil para un samario recordar la guerra entre los Cárdenas y los Valdeblánquez, el mejor rumbeadero del níspero en el cundí, pueblito, rincón guapo, el mojón sancochero, la avenida del río, Bonda, Gaira, los almendros, media luna, el seminario, la famosa tres puntas, la entrada de Bastidas, la vuelta del burro, alma café, el parque de Lucho Barranquilla donde dicen se aparece una monja muerta, el rumbodromo, el caribeño, la casa de Ubida Pitre y la avenida del Libertador, entre otros; pero también reconocer a Carlos Vives, el “Pibe” Valderrama o el famoso padre Linero.

 

Cómo no recordar a esta bella ciudad donde la gente salía a caminar a la playa a las cinco de la mañana y se gozaba el amanecer o atardecer en el antiguo camellón, tierra donde “la loca”, una brisa intensa en época de Navidad, no dejaba encender los faroles en la madrugada del ocho de diciembre, día de las velitas, o los días de calor siempre requerían de un abanico. Una ciudad bonita, segura y tranquila por naturaleza, donde la gente era respetuosa y amable; cada casa tenía su terraza para refrescarse del calor y usaban las tradicionales mecedoras de paja natural donde se saludaba a cada transeúnte que pasaba.

Oh, mi bella Santa Marta, ciudad dos veces santa, que cada 29 de julio desde 1525 cumples años gracias a Rodrigo de Bastidas, artífice que te dio la oportunidad de nacer en nuestra hermosa tierra colombiana y cuyo monumento alguna vez limpie con los SCOUT del INEM; ciudad rodeada de múltiples bahías de colores, con los picos Colón y Bolívar a su lado a una altura de 5775 msnm en la majestuosa Sierra Nevada, con la Catedral Menor de Colombia y tus 500 años de historia. Hoy no solo tienes parte de mi corazón, sino el de muchos samarios que te gritan con amor. Feliz cumpleaños, mi bella Santa Marta.   

“El camino puede ser difícil, pero con su ayuda lo podemos lograr” “Soy Ciudadano”


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Virgen de la Milgrosa -
Cerro El Cundí
(Santa Marta - Colombia)

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