Si alguna vez te despertaste en la madrugada y escuchaste las campanas de la catedral en medio del silencio dando la hora, fuiste un viernes santo a comprar arepas de huevo y luego al viacrucis desde la iglesia de pescadito hasta la catedral; si te llevaron a Taganga cuando eras niño, una tierra sana de pescadores, y veías en la oscuridad de la noche un carro llegar de lejos, y por casualidad subiste al cerro Cundí a las novenas de la Virgen de la Milagrosa en noviembre o acampaste en Minca o más arriba en las antenas de Inravisión y fuiste bautizado en la iglesia de Mamatoco, es porque estuviste viviendo en Santa Marta.
Seguramente, tuviste que ver alguna
vez la gran draga china reconstruyendo la playa de la bahía más bella de
américa, atravesaste desde el Barrio Bastidas los cerros para llegar hasta
Playa Grande, fuiste y regresaste a pie al Rodadero para deslizarte en el
montículo que le dio el nombre pasando por supuesto por uno de los batallones más
antiguos de Colombia (Batallón No 5 Córdoba); al pasar por el parque Los
Trupillos o en la Quinta de San Pedro Alejandrino seguramente comiste tamarindo
y mango viche y probablemente estudiaste en el colegio San Juan Bosco con Elisa
Fernández Nieves y la profe Lola, La Escuela Santander, Liceo del Caribe del
profesor Guerra que jalaba las patillas y la profe Martha, en el Hugo J
Bermúdez, San Luis Beltrán, la Normal de Señoritas o en el INEM Simón Bolívar un instituto maravilloso
de enseñanza media; es seguro que eres samario.
Lógicamente tuviste que comer fritos
detrás del colegio La industrial, los buñuelos de frijol de cabecita negra por
el Cementerio San Miguel, o las ricas carimañolas acompañadas con agua de maíz fría o arroz
por la calle 18 debajo del cerrito cundí; en el centro los helados del carrito
de Johnny, las empanadas, avena y conservas debajo del edificio de los bancos,
te pudiste tomar una gaseosa tamarindo luz o comiste bolis y raspado que se
conseguían por todas partes; ah bellos tiempos donde se compraba lulo, mora o
café que bajaban de la Sierra Nevada, los jugos de zapote y níspero sobre la
quinta, el pescado fresco todos los días de diversas clases que llevaban las
vendedoras como la señora américa en su cabeza con una ponchera recorriendo las
calles o los conocidos vendedores de butifarra con bollo limpio que en horas de
la tarde sonaban el cuchillo contra la bandeja para que la gente se enterara y
les comprará, si fue así, no dudaré que te corre sangre costera.
Estoy seguro de que alguna vez
visitaste el Museo del Oro, el Parque de los Novios con su templete, la
inolvidable Quinta Avenida del centro, el Parque Bolívar y San Francisco con su
tradicional sanandresito, el famoso colegio Liceo Celedón, nombrado en varias
melodías vallenatas, fuiste en lancha al Morro y caminando a Punta Betín,
fuiste al cine al Teatro Santa Marta, Variedades o San Francisco y al Teatro La
Morita al aire libre; tuviste que escuchar Radio Galeón y leíste el diario El
Informador, pero también fuiste alguna vez al viejo estadio Eduardo Santos para
apoyar al Unión Magdalena en sus clásicos contra el Junior de Barranquilla.
Debería ser fácil para un samario
recordar la guerra entre los Cárdenas y los Valdeblánquez, el mejor rumbeadero
del níspero en el cundí, pueblito, rincón guapo, el mojón sancochero, la
avenida del río, Bonda, Gaira, los almendros, media luna, el seminario, la
famosa tres puntas, la entrada de Bastidas, la vuelta del burro, alma café, el
parque de Lucho Barranquilla donde dicen se aparece una monja muerta, el rumbodromo, el caribeño, la casa de Ubida Pitre y la avenida del Libertador,
entre otros; pero también reconocer a Carlos Vives, el “Pibe” Valderrama o el famoso
padre Linero.
Cómo no recordar a esta bella ciudad
donde la gente salía a caminar a la playa a las cinco de la mañana y se gozaba
el amanecer o atardecer en el antiguo camellón, tierra donde “la loca”, una
brisa intensa en época de Navidad, no dejaba encender los faroles en la
madrugada del ocho de diciembre, día de las velitas, o los días de calor
siempre requerían de un abanico. Una ciudad bonita, segura y tranquila por
naturaleza, donde la gente era respetuosa y amable; cada casa tenía su terraza
para refrescarse del calor y usaban las tradicionales mecedoras de paja natural
donde se saludaba a cada transeúnte que pasaba.
Oh, mi bella Santa Marta, ciudad dos
veces santa, que cada 29 de julio desde 1525 cumples años gracias a Rodrigo de
Bastidas, artífice que te dio la oportunidad de nacer en nuestra hermosa tierra
colombiana y cuyo monumento alguna vez limpie con los SCOUT del INEM; ciudad rodeada de múltiples bahías de colores, con los picos Colón
y Bolívar a su lado a una altura de 5775 msnm en la majestuosa Sierra Nevada, con la Catedral Menor de Colombia y tus 500 años de historia. Hoy no solo tienes parte
de mi corazón, sino el de muchos samarios que te gritan con amor. Feliz
cumpleaños, mi bella Santa Marta.
“El camino puede ser difícil, pero con su ayuda lo podemos lograr” “Soy Ciudadano”
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