jueves, 16 de octubre de 2025


La amistad: En
1986, un compañero cadete de la Escuela Militar General José María Córdoba me invitaba, con el visto bueno de sus padres, a la bella capital tolimense. Mis recuerdos más significativos fueron comer ostras en el río Opia del municipio de Piedras, el agradable clima y las delicias del tamal y la lechona, pero jamás olvidaré la calidez, decencia y sencillez de la familia Lozano Monroy, la misma que más tarde se convertiría en un refugio de calidez humana.

El amor; en 1992 una mujer que conocí me hacía visitar estas tierras sin importar el tiempo, la incomodidad, las voladas del trabajo o el dinero, lugar donde se concebiría la triste ilusión de un hijo que por cosas de la vida nunca nacería, sueños, deseos y locuras lindas de 19, un joven enamorado.

El trabajo; para el 2018 y 19 el cumplimiento del deber y el servicio a la patria me regresaron a esta linda tierra. Conocí y disfruté de la música y su grandeza, me vestí de blanco con el raboegallo durante el folclor nacional, acompañando a su gente e idiosincrasia, recorrí las calles, me preocupé, alegré y cultivé con esfuerzo pasos para seguir avanzando profesionalmente en mi carrera. Duro, sí, complicado también, pero con la ayuda de muchas personas logré cumplir una etapa de la vida donde quedaron hermosos momentos y recuerdos que nunca volverán.

La grandeza de Dios; desde el 2016 y luego de pedirle guía, orientación y camino, llegué nuevamente a la bella tierra ibaguereña, donde reoriente mi proyecto de vida, me volví escritor, no solo de columnas de opinión, sino también de mi libro y avanzando en la construcción del segundo, logré conectar con la naturaleza y la grandeza divina que nos rodea, como el Nevado del Tolima, las cascadas, árboles y montañas, la exclusividad de sus flores, café, aves y frutos; una gente maravillosa y una gastronomía auténtica.

Aquí mi vida tomó otro rumbo, ya no con las manos de mis padres o mis jefes; ahora soy el timonel de mi propio barco y creador de mi destino. Estoy seguro de que no fue coincidencia que la amistad, el amor y el trabajo me trajeran aquí; fue Dios, después de mucho tiempo, el responsable de cerrarme una puerta y de abrirme muchas más aquí en Ibagué.

Ah, bella tierra musical de Colombia, donde escribí “El otoño de mis Ocobos” gracias a sus bellos árboles de Ocobos que cada año adornan la ciudad; hoy quiero seguir disfrutando de tus climas, el agua fría, avanzando a tu lado bajo el ritmo del bambuco con tus letras y tus notas musicales; gozando del achiras, tamales y lechonas, viendo a los cafeteros y arroceros con el sombrero y el machete al lado de los pijaos cantando sin descansar las notas del bello bunde: “Nacer, crecer, vivir amando al Magdalena; la pena se hace buena y alegar alegra existir”.

Que estos 475 años del municipio solo sean el inicio de una historia que, entre lo rural y lo urbano, siga siendo la bella capital del departamento y el centro musical más importante del país. Feliz cumpleaños, Ibagué, ya soy un vaquero tolimense.

Felicitaciones ibaguereños.   

“El camino puede ser difícil, pero con su ayuda lo podemos lograr” “Soy ciudadano”  

 

 

 

  


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