La amistad: En 1986, un compañero cadete de la Escuela Militar General José María Córdoba me invitaba, con el visto bueno de sus padres, a la bella capital tolimense. Mis recuerdos más significativos fueron comer ostras en el río Opia del municipio de Piedras, el agradable clima y las delicias del tamal y la lechona, pero jamás olvidaré la calidez, decencia y sencillez de la familia Lozano Monroy, la misma que más tarde se convertiría en un refugio de calidez humana.
El amor; en 1992 una mujer que
conocí me hacía visitar estas tierras sin importar el tiempo, la incomodidad,
las voladas del trabajo o el dinero, lugar donde se concebiría la triste
ilusión de un hijo que por cosas de la vida nunca nacería, sueños, deseos y
locuras lindas de 19, un joven enamorado.
El trabajo; para el 2018 y 19 el
cumplimiento del deber y el servicio a la patria me regresaron a esta linda
tierra. Conocí y disfruté de la música y su grandeza, me vestí de blanco con el
raboegallo durante el folclor nacional, acompañando a su gente e idiosincrasia,
recorrí las calles, me preocupé, alegré y cultivé con esfuerzo pasos para
seguir avanzando profesionalmente en mi carrera. Duro, sí, complicado también,
pero con la ayuda de muchas personas logré cumplir una etapa de la vida donde
quedaron hermosos momentos y recuerdos que nunca volverán.
La grandeza de Dios; desde el
2016 y luego de pedirle guía, orientación y camino, llegué nuevamente a la
bella tierra ibaguereña, donde reoriente mi proyecto de vida, me volví
escritor, no solo de columnas de opinión, sino también de mi libro y avanzando
en la construcción del segundo, logré conectar con la naturaleza y la grandeza
divina que nos rodea, como el Nevado del Tolima, las cascadas, árboles y montañas,
la exclusividad de sus flores, café, aves y frutos; una gente maravillosa y una
gastronomía auténtica.
Aquí mi vida tomó otro rumbo, ya no con las manos
de mis padres o mis jefes; ahora soy el timonel de mi propio barco y creador de
mi destino. Estoy seguro de que no fue coincidencia que la amistad, el amor y
el trabajo me trajeran aquí; fue Dios, después de mucho tiempo, el responsable
de cerrarme una puerta y de abrirme muchas más aquí en Ibagué.
Ah, bella tierra musical de Colombia, donde
escribí “El otoño de mis Ocobos” gracias
a sus bellos árboles de Ocobos que cada año adornan la ciudad; hoy quiero
seguir disfrutando de tus climas, el agua fría, avanzando a tu lado bajo el
ritmo del bambuco con tus letras y tus notas musicales; gozando del achiras,
tamales y lechonas, viendo a los cafeteros y arroceros con el sombrero y el machete
al lado de los pijaos cantando sin descansar las notas del bello bunde: “Nacer, crecer, vivir amando al
Magdalena; la pena se hace buena y alegar alegra existir”.
Que estos 475 años del municipio solo sean el
inicio de una historia que, entre lo rural y lo urbano, siga siendo la bella
capital del departamento y el centro musical más importante del país. Feliz
cumpleaños, Ibagué, ya soy un vaquero tolimense.
Felicitaciones ibaguereños.
“El camino puede ser difícil, pero con su ayuda
lo podemos lograr” “Soy ciudadano”



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